lunes, 24 de febrero de 2014

"Reflexión para adultos, a partir de un texto fantástico"

Una fantasía épica puede hablarnos como si fuese una narración contemporánea.


En el libro, El Señor de los Anillos. Las Dos Torres. (Cap. 8 El camino de Isengard), Théoden empieza a entender que hay muchas maravillas de la tierra que no conoce y hasta se había olvidado de que existían. Con gran dolor les dice a sus compañeros:

“Durante mucho tiempo hemos cuidado de nuestras bestias y nuestras praderas, y edificamos casas, y forjamos herramientas, y prestamos ayuda en las guerras de Minas Tirith. Y a eso llamábamos vida de los Hombres, las cosas del mundo. Poco nos interesaba lo que había más allá de las fronteras de nuestra tierra. Hay canciones que hablan de esas cosas, pero las hemos olvidado, y sólo se las enseñamos a los niños, por simple costumbre. Y ahora las canciones aparecen entre nosotros en parajes extraños, caminan a la luz del sol.”

Nosotros podríamos decir: Durante mucho tiempo hemos cuidado de nuestros intereses, edificamos los mejores rascacielos, invertimos en tecnología para bien y para mal, hicimos guerras u opinamos acerca de los países involucrados. Y a eso llamábamos vida de los hombres, las cosas del mundo. Poco nos interesaba lo que había más allá de nuestro entorno muy reducido. Hay canciones que hablan de los valores, pero las hemos olvidado, y sólo se las enseñamos a los niños, por simple costumbre, sin convicción. Claro que algunas veces, nos acordamos de la educación ética y exigimos:

¡Cuida, no destruyas! (Nosotros arrasamos con los bosques)
¡Lleguen a un acuerdo entre compañeros, no peleen, no se lastimen! (Nosotros validamos guerras)
¡Ayuda a tu compañero, comparte los útiles! (Nosotros cuando sospechamos que nos necesitan, en ese momento, tenemos otra ocupación urgente)
¡Valora la producción de tu compañero, no la arruines! (Nosotros destruimos maravillas históricas de la humanidad, que han llevado años en ser construidas)

Ahora las canciones aparecen entre nosotros y las podemos comprender, en la inocencia y frescura de nuestros niños que, con sus ojitos llenos de esperanzas, anhelan que el cuento tenga un final feliz. 
Vemos que mucha gente, sola, en comunidad o en asociaciones, trabaja para que  juntos podamos construir un mundo feliz y para que las acciones bellas caminen a la luz del sol.

Me animo a pensar como Gandalf cuando exhorta a Théoden: 
“El mal que se ha causado, jamás será reparado por completo, ni borrado como si nunca hubiese existido. Pero estamos viviendo días como estos. ¡Continuemos nuestra marcha!”

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