lunes, 3 de marzo de 2014

Familia Y Biblioteca




Cuando descubro un buen libro, lo quiero leer pronto y, aunque me conformo con uno electrónico, si lo tengo en papel es maravilloso.
A veces vamos en familia a las librerías donde venden libros nuevos, otras recurrimos a la compra de libros usados. Las dos tienen su encanto. Unas tienen
colores vivos y las otras, pasteles. Unas, aroma a páginas nuevas, a ilustraciones aún frescas y las otras, a páginas leídas, pensadas, saboreadas.



Otro lugar en donde nos sentimos muy a gusto es en la Biblioteca Popular. Este es un sitio muy especial. Allí entramos y cada miembro de la familia conoce el rincón en donde están disponibles los libros acorde a su edad o preferencias. 
En la Biblioteca nos damos la oportunidad de elegir lecturas, sin temor a que no nos gusten, libros que no hubiésemos comprado por temor a lo desconocido.
Y como un sortilegio, por momentos un silencio absoluto y casi poético, invade la sala. De pronto, un: “Mami, mirá”. “Mami ¿me ayudás?”. “Mami, no leí nada de este autor pero voy a probar”, le da calidez a la tarde.
Después aparece la bibliotecaria con alguna recomendación; intercambiamos comentarios acerca de un autor o de algún evento próximo referente a la lectura. En fin, un microclima reservado para aquél que entre a la sala de lectura.

Y como “Yapa”, este programa no fue una “salida de compras”.
Por supuesto, muchos podemos coincidir, en que comprar libros es algo saludable, además de placentero y una forma de retribuir a nuestros queridos escritores. Sí! Y me gusta que haya libros en casa, que estén a la vista de todos, y que cualquiera se tiente de tomar alguno. Pero, está bueno intercalar en nuestros planes, una visita a la Biblioteca.

Si contamos la cantidad de veces en un día, que nuestros niños reciben mediante la publicidad o nuestras mismas actitudes, estos mensajes: “comprá, lo necesitás” o “si te quiere te lo va a comprar”, podríamos asustarnos.
Recuerdo que una tarde, mientras paseábamos por una feria de artesanos, en cada stand que parábamos para mirar, mis hijos me pedían que les comprara algo. “Claro, todas son cosas muy bonitas, a ellos les gusta. ¿A quién no?” Pensé. Hasta que llegamos al stand de los cuchillos… ¡Y también me pidieron que les compre algo allí! Sí. Lo que querían era “comprar”.

Creo que esto nos pasa tanto a niños, como a adultos y merecemos tomarnos unos minutos para recordar que: “Hay momentos mágicos, de intimidad, que no se compran. Se ganan, se construyen y se disfrutan.”

Elisabet Pilliez


Confesiones de una Biblioteca



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